La palabra abogado procede del latín ADVOCATUS, que se deriva de la expresión latina AD UXILIUM VOCATUS, el llamado para auxiliar.
Al remontarnos hasta Egipto descubrimos que en el sistema legal de esta cultura no existió la defensa con abogado. Durante el proceso, las partes se dirigían por escrito al tribunal, explicando su caso, el que luego de hacer el estudio pertinente emitía la sentencia.
El hecho de que no existiera un defensor se debió a la idea que tenían los egipcios respecto a los juicios orales, donde un intermediario podía asumir la defensa; la jurisprudencia de la época encontrada en un antiguo papiro decía que la presencia de un orador hábil podría influir sobre las decisiones de los jueces y hacerles perder objetividad.
La última instancia consistía en apelar al Faraón, quien no representaba a la justicia, era la “justicia”.
En Babilonia también existió la administración de justicia en el período sumerio y en el acadio; existieron tribunales, pero como en Egipto tampoco hubo ese intermediario que los romanos, muchos siglos después, llamaron ADVOCATUS.
Las partes recurrían a los jueces y luego apelaban al rey o emperador, según las épocas históricas. El rey, que era el brazo de la justicia, tenía la última palabra.
Entre los hebreos, el sistema legal tampoco se distinguió de los anteriores. En el juicio ante Salomón no hay defensor. Cristo tampoco lo tuvo porque fue juzgado según las leyes judías, pero si hubiese sido juzgado por las leyes romanas el Estado le hubiera asignado un defensor.
En los canales judiciales de China e India tampoco figura un ejercicio similar al de abogado. Empero, había notarios e intermediarios que actuaban como fiscales. Tratadistas del sistema judicial chino sostienen que este pueblo estaba bien informado sobre las leyes escritas y normas consuetudinarias que les permitía plantear su defensa en función de este conocimiento.
Además, periódicamente las autoridades judiciales chinas publicaban las decisiones de los tribunales con las leyes aplicadas para cada caso, lo que permitía mejor información.
En India, en el período budista y en el brahmánico, tampoco existió el defensor.
En Grecia es donde comienza la abogacía a adquirir forma como profesión. PERICLES es señalado como el primer abogado profesional.
Al principio, durante los orígenes de la ciudad-estado ateniense, los ciudadanos defendían sus propias causas y el “orador-escritor” les preparaba el discurso de defensa.
Pero, en la medida que los litigios aumentaban, esta profesión de orador-escritor adquirió prestigio y quienes ejercían comenzaron a oficiar como defensores. LYSIAS fue el abogado más notable entre los atenienses.
En Grecia se les llamó “oradores” o “VOCERIS”, porque era propio de su oficio el uso de voces y palabras.
Fue en Roma donde se desarrolló plenamente y de manera sistemática y socialmente organizada la profesión de abogado, palabra que viene del latín ADVOCATUS, que significa “llamado”, pues entre los romanos se llamaba así a quienes conocían las leyes para socorro y ayuda. Como en ninguna sociedad del mundo antiguo, los romanos permitieron que ciertas mujeres, las de la clase alta, pudieran ejercer la abogacía.
Es en LAS SIETE PARTIDAS DE ALFONSO EL SABIO donde apareció por primera vez en un texto legal la definición de abogado en lengua española.
Las Siete Partidas dice que los abogados eran ciudadanos útiles, porque “ellos aperciben a los juzgadores y les dan luces para el acierto y sostienen a los litigantes, de manera que por mengua o por miedo o por venganza o por no ser usados de los pleitos no pierden su derecho, y porque la ciencia de las leyes es la ciencia y la fuente de justicia, y aprovechándose de ella el mundo más que de otras ciencias”.
Pero a pesar de los elogios de las Siete Partidas, la profesión de abogado en España fue grisácea y oscura, no se gozaba de la necesaria libertad para ejercer la profesión. Asimilados a burócratas como funcionarios públicos, jamás pudieron cumplir su misión de proteger al oprimido y al injustamente perseguido.
En Lima, el 13 de septiembre de 1538, tres años después de haberse fundado, el Cabildo, preocupado por los conflictos entre partes, decidió que era indispensable la intervención de abogados y procuradores en los litigios.
En conformidad con este criterio se nombró por pregones en la plaza pública dos defensores, don Alonso de Navarrete y don Pedro de Avendaño, los primeros abogados que registra esta historia oficial.
Estos defensores deberían proteger al ciudadano, y al poco tiempo se autorizó que se pudiera ejercer libremente la abogacía previa licencia del juez que era el alcalde.
Cabe destacar que el Colegio de Abogados de Lima se fundó durante el Virreinato en 1808 por el virrey Abascal.
Los abogados ejercieron su profesión solos o en pequeños grupos. Fue en Estados Unidos de América a finales del siglo XIX cuando comenzaron a reunirse grupos mayores, tendencia que pasaría rápidamente a Europa y luego al resto de los países con un desarrollo relevante de la profesión.